Pavan Sukhdev, fundador y presidente de GIST Advisory y líder del estudio TEEB (The Economics of Ecosystems and Biodiversity —La economía de los ecosistemas y la biodiversidad—), es una referencia mundial en materia de capital natural y su visión sobre qué requiere el mundo para lograr los compromisos globales adoptados con motivo del Acuerdo de París seguro que te hacen pensar. El artículo forma parte de la serie sobre el capital natural lanzada por la Natural Capital Coalition en colaboración con el Huffinton Post y la traducción se la debemos a Mercados de Medio Ambiente.
La COP21 será recordada como un momento gratificante en la lucha para contener el cambio climático. Ya sea más por la hábil diplomacia francesa, o por el cambio de negociaciones no concluyentes de arriba hacia abajo por la creación de un consenso de abajo hacia arriba, o por el miedo a la vergüenza de los no dispuestos, o tal vez solo por la calidad de los alimentos (buenos, se mire por donde se mire, y de elevada calidad según los estándares de la COP), la COP21 levantó definitivamente los ánimos. Desde luego, no me fui de París con el ánimo por los suelos como me sucedió en Copenhague hace seis años.
Las Contribuciones Nacionales Previstas y Determinadas (INDC, por sus siglas en inglés) anunciadas por los gobiernos en París sumaron reducciones impresionantes frente a la situación habitual. Sin embargo, estuvieron muy por debajo de los recortes necesarios para estar dos terceras partes seguros de permanecer dentro del máximo de aumento de la temperatura de la tierra de 2 °C. La llamada «brecha de emisiones», según las INDC todavía estaba en torno a un 20 % -30 %.
Esta «brecha de emisiones» no debería sorprendernos. Necesitamos nada menos que un cambio global de la dirección económica y el uso de los recursos para lograr estos compromisos. Los gobiernos tienen dificultades para gestionar la dirección macroeconómica cuando las cosas van bien, y lo hacen peor cuando se trata de gestionar la utilización de los recursos. Son las corporaciones —motores de las economías en la actualidad— las que deciden la dirección económica y el uso de recursos.
El sector privado es responsable de dos tercios de la economía actual (medido en términos de PIB y empleo), ¿pero pueden las empresas de hoy ofrecer una economía y clima verdes y seguros para mañana? Yo creo que no. Ya he mencionado que necesitamos un nuevo modelo corporativo si queremos hacer frente al cambio climático, la pérdida de biodiversidad y otros problemas ambientales a escala mundial. Este nuevo modelo sostenible y responsable (al que yo denomino «Corporación 2020») impulsará el capitalismo de las partes interesadas: aportando beneficios privados sin causar pérdidas públicas. Tal transición necesitará cambios categóricos en el modo en que las empresas aprovechan, divulgan, pagan impuestos e informan sobre el rendimiento. Redefinir el desempeño corporativo es una parte clave de este nuevo modelo, ya que los métricas del rendimiento del capitalismo de las partes interesadas ignoran los impactos de terceros en la sociedad, las llamadas externalidades de los negocios.
Pero bastante antes de llegar a este punto, necesitamos una aceptación generalizada de un enfoque común y un marco para dicha medición y evaluación. El lanzamiento formal del Protocolo del Capital Natural el 13 de julio de 2016 constituye un paso crucial en esta dirección. Este Protocolo es un enfoque y un marco de aplicación universal para que cualquier tipo de negocio midar sus impactos y dependencias sobre el capital natural. La versión preliminar se distribuyó en noviembre del año pasado, en el periodo previo a la COP21.
Será necesario seguir trabajando para medir los impactos sobre el capital humano (conocimientos, capacidades y salud que permiten a las personas ganarse la vida) y el capital social (relaciones y reglas que permiten a la gente participar y realizar transacciones formales e informales). Medir e integrar el desempeño corporativo en todas las dimensiones del capital, y no solo el capital financiero de los accionistas, supondrá un cambio fundamental en la naturaleza de las corporaciones actuales hacia una dirección que tendrá externalidades positivas: un indicador de la sostenibilidad corporativa.
Entré en la COP21 contento con las INDC declaradas y encantado con la versión preliminar del Protocolo del Capital Natural, pero una cuestión incómoda permanecía sin resolverse. ¿Qué pasa si las brechas de emisiones de las promesas de la COP21 permanecían insalvables, no porque las empresas fallaran a la hora de asumir el liderazgo y transformar la producción al no conocer sus verdaderos costes (porque al ser la contabilidad del capital natural un lugar común, estaban realmente dispuestas), sino debido a que sus clientes, consumidores como yo, se negaban a cambiar lo que habían comprado? Así que en la COP21 empecé a preguntarme, ¿qué podía prometer personalmente que pudiera marcar una diferencia?
Hay algunos ejemplos evidentes de la demanda de consumo que destruye el capital natural. Por ejemplo, la carne de vacuno por lo general daña los bosques, el clima y el suministro de agua dulce. Estas externalidades de la ganadería se estiman en varios cientos de millones de dólares. Yo dejé de comer carne de vacuno (y el resto de otros tipos de carne) en 2009, cuando me di cuenta (a través de la investigación TEEB) de la extensión del daño causado al capital natural por los sistemas de producción de carne, como el caso de los efectos del cultivo del camarón en los bosques de manglares, la insostenibilidad de la larga sombra de la ganadería y la pesca oceánica en las selvas tropicales. Así que no podía comprometerme mucho más en ese aspecto.
¿Pero qué hay de mi uso de otros bienes voluminosos, con una elevada huella y muy anunciados? La huella de la ropa es inmensa, incluyendo los impactos de las emisiones de gases de efecto invernadero y el agua dulce a lo largo de sus cadenas de valor. Me comprometí personalmente a un cambio en la COP21, en la que llevaba un traje «nuevo». Era de mi padre. Se lo pedí prestado porque tuve que preparar la maleta de forma apresurada y descuidada en una escala en Nueva Delhi. Este traje tenía cuatro décadas de edad, pero nunca se lo habría imaginado: los estilos de los trajes para caballeros parecen girar en círculos, y este era de una marca francesa conocida. Así que me lo puse en la COP21 y me entretuve preguntando a la gente que conocí que adivinaran cuándo lo había comprado: la conjetura más educada fue «hace siete años».
Llamé a mi padre a la India y le conté mi promesa. Se echó a reír, y rápidamente me regaló otros cuatro trajes antiguos de cuando vivía en climas más fríos. Todos ellos me encajan perfectamente, y ninguno parece lo peor para vestir. He decidido no volver a comprar otro traje en toda mi vida. Atesoro estos trajes «nuevos» por razones sentimentales, y debido a mi compromiso personal climático, ahora también me obligo a mantener mi peso bajo control.
¿No se trata esto de una externalidad positiva para un fabricante de trajes? El nuevo y valiente mundo de Corporation 2020 está esperando.
Fuente: Huffinton Post, Mercados de Medio Ambiente.